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Sesenta y siete años sin manos y trabajando con normalidad.

Una historia dura, pero real.

              La maldita pandemia, que comenzó en el año 2020, está causando un daño irreparable en todo el mundo. A pesar de lo que han disminuido los contagios y las muertes, mucho nos queda por pelear con este virus, “COVID 19”, que permanece entre nosotros. Como no se ve, hay gente que no le hace caso. No hace caso de nada, ni de nadie, no cumplen con las normas establecidas por los Científicos y Sanitarios y por ello, los contagios aumentan sin parar. Por ese motivo, lo estamos pagando muy caro: muertes, sufrimiento, paro, hambre, pérdida de seres queridos, destrucción de la economía… Hay que derrotar esta pandemia, cumpliendo todos, porque este enorme problema es un problema global. Debemos colaborar y no debemos permitir que nos destroce la vida.

              El confinamiento de un año encerrados en casa que soportamos, fue demasiado duro para todos, pero para unos más que para otros, ya que destrozó la vida de mucha gente, que no pudo con ello. Miedo, depresiones, ansiedad, hambre, pérdida de seres queridos y multitud de problemas más, supusieron una barrera infranqueable para muchos de ellos.

              Pensando en la gente que tan mal lo pasó, y basándome en mi propia y dura experiencia, de muchos años de lucha,   atravesando muchos y duros problemas casi toda mi vida, se me ocurre escribir este artículo, para decirles que debemos luchar contra los problemas, y no dejar que nos venzan. Yo os invito a que reflexionéis, con esta historia tan dura, pero real.

              Hay que valorar lo que una persona sufre al verse sin manos, pero también la gran lucha para salir adelante.

La pregunta que mucha gente me hace es: ¿cómo te arreglaste para superar tanto dolor Arsenio, y conseguir trabajar y estudiar? Muy buena pregunta, porque difícil sí que es, pero no imposible, la prueba está bien clara, porque lo conseguí, aunque las pasé canutas y fue una lucha casi interminable, funcionó. Esto prueba lo que supone el “aguantar” lo que venga y no perder la esperanza.

              Si el sufrimiento al verme sin manos era muy duro y grave, no era mucho menos, lo que sufrían mis padres y hermanos. Eso me atormentaba noche y día. Dándome cuenta de que todo estaba en mí, luché para trabajar al máximo, procurando eliminar el miedo. Comencé a trabajar en mi rehabilitación sin descanso y en diseñar unos “aparatos” (prótesis) con los que pudiera valerme por mí mismo. El camino que tenía que recorrer era muy duro, parecía imposible, pero con ánimo y fuerza de voluntad, se consiguen las cosas.

              Otra cosa que me ayudó mucho, fue lo que el Director de la clínica, Dr. D Francisco López de la Garma, me dijo el día que ingresamos en la clínica en Madrid. En una charla con nosotros, nos habló de cómo iba ser la rehabilitación, nos enseñó fotos de otras personas sin manos. Alejandro no le dio ninguna importancia a todo aquello, pero yo a medida que el médico explicaba las cosas, le iba haciendo preguntas, lo que le pareció muy bien. Se levantó y me dijo: -“Arsenio, te voy a hacer una pregunta, pero es para que me digas la verdad”.

-“Adelante con la pregunta Dr. Yo detesto las mentiras y a quien las dice”. -“¿Qué es lo que sientes en este momento?” – “no lo sé Dr. me siento muy mal, ¿qué voy a hacer yo con esos aparatos que nos muestra?, me siento como hombre al agua”. -“De eso nada, siendo como eres tú, un manitas, inteligente y muy trabajador, te prometo solemnemente que, sino sucumbes al miedo, saldrás de aquí hecho un hombre y preparado, hasta para trabajar. Sé bien cómo eres, estoy bien informado”.

              Estas frases del Director, merecen un comentario. “Si no sucumbes al miedo”. Exactamente, el miedo a las cosas es un duro problema para toda la humanidad. Hay que eliminarlo. El miedo nos atrofia el sentido y nos destroza la vida. Uno es el miedo y otra cosa es la precaución de las cosas. Nunca me olvidé de ese consejo y lo llevo grabado en mi mente. Me sigue ayudando cuando se presentan los problemas. Nuestro cerebro es algunas veces débil y vulnerable y nos traiciona, con duros y malos pensamientos. Hay que eliminarlos y pensar en cosas positivas, que nos saquen de ese sufrimiento.

              En mi vida de trabajo, desde niño, pasando hambre, frío y mucho miedo en la posguerra y más tarde, trabajando en la mina, sufrí varios accidentes.

              A los 14 años trabajando en una escombrera para la Duro Felguera, me cogió una descarga eléctrica de alta tensión. Cuando me sacaron del peligro ya estaba a punto de morir por un paro cardiaco, eso dijo el médico, ya que mi cuerpo estaba negro y medio quemado por estar solo en el tajo y soportar mucho tiempo la fuerte descarga que me azotaba de un lado para otro sin soltarme. Así es de traidora la electricidad, unas veces te lanza y otras te sujeta hasta matarte.

              A los 16 años operado de una hernia, por exceso de trabajo. A los 17 años, sufrí una explosión de dinamita, desengolando un pozo en la mina de la escribana, de 4ª planta, pozo San Mamés. A los 18 años, operado del apéndice, que casi me mata, por estar 9 días aguantando, sin ir al médico. A los 19 años enterrado hora y media debajo de un peñón y, varios días en coma, sin saber si despertaría o no. A los 20 años, en otra explosión de dinamita, perdí las dos manos. Después de todo esto, empezaron las bajas en la familia. Al poco tiempo de perder las manos, murió mi hermano Constante, con una descarga eléctrica en la mina del Pozo Cerezal, a los 27 años, casado y con dos hijos pequeños, luego murieron mis padres, y más tarde 7 hermanos.

              Por si todo eso fuera poco, murió mi esposa, por negligencia médica. Así de dura ha sido mi lucha. No tuve más remedio que aguantarlo todo. No sirve quedarse en una esquina a llorar tus desdichas, hay que ser valiente y aguantar lo que venga, para no sucumbir ante tantas adversidades.

              Mi consejo es que para combatir todos esos problemas, hay que pensar que si ayer sufriste por el problema y no solucionaste nada, porque vas a sufrir hoy. Hay que seguir adelante, y no perder la calma. Las desgracias, la dura lucha, nos enseñan a ser más fuertes. De no ser así, yo no podría haber aguantado tanto como por lo que pasé.

              Llevo 67 años sin las manos, y he trabajado toda mi vida sin descanso, he formado un hogar con mi querida esposa, tenemos dos hijas y un hijo y los tres estudiaron una carrera. Ya casados, nos dieron cuatro nietinas y un nieto. Los mayores a punto de terminar sus carreras también. Somos una familia muy unida, nos ayudamos unos a otros, en todo lo que podemos y, eso es importantísimo, porque luchamos contra las adversidades todos unidos. La vida en solitario no tiene sentido, hay que ser nobles y cumplidores, porque es la mejor forma de vivir con dinamismo y rectitud, sin mentiras, ni curvas. La mentira nos descalifica y confunde a la gente que la practica, porque piensan que todos son como ellos. La inteligencia hay que emplearla para el bien y para vivir con alegría.

              El próximo día 1 de agosto, dentro de unos días, cumplo 87 años y sigo adelante, con ganas de luchar en la vida. Haciendo algún diseño de maquinaria, y trabajando algo. No como antes, porque mis brazos están demasiado castigados por el peso de las prótesis. Por muy fuerte que uno sea, los años no pasan en balde, se notan y hay que cuidar las articulaciones. El mantenimiento de las prótesis lo hago con facilidad, pero las articulaciones de mis brazos no tienen recambio, hay que cuidarlas.

              Hay que mantenerse siempre ocupado en algo, no se puede perder el tiempo, pensando en cosas del pasado, ni del futuro, sino vivir el presente. Lo pasado, pasado está, y el futuro no sabemos cómo será. La mejor forma de mantenerse en forma, es trabajar, hacer ejercicio todos los días, comer de todo y moderado, no fumar, no beber mucho alcohol, un poco a la comida, pero nada más, ni abusar de las grasas, aunque un poco también es necesario para el cuerpo.

               Otro tema que debemos observar, es la gran diferencia con el otro chico que perdió las manos el mismo día que yo, Alejandro. Nos curamos en el Sanatorio Adaro de Sama de Langreo, en la misma habitación. A la semana del accidente me llamó para que saliera de la habitación, quería hablar conmigo. Dando un paseo por aquel largo pasillo, me dijo: -“no puedo hablar contigo porque nunca estás solo”. Siempre me acompañaba un hermano o un amigo, para ayudarme.  A él lo ayudaban los enfermeros.

              Me dijo, -“oye Arsenio, ¿tú pensaste en el grave problema que tenemos?” –“Claro que sí…” -“¿A que conclusión llegaste?”.  –“No lo sé, estoy atrofiado, hace una semana que perdí las manos, no sé ni por donde voy, ni para qué…”

-“Pues yo lo tengo muy claro”.-“Serás más valiente que yo”. –“No se trata de eso, lo que tenemos que hacer tú y yo, es   suicidarnos. A donde vamos sin manos, ni siquiera podemos comer, cuanto más trabajar. Lo tenemos muy fácil, bajamos a la vía del tren que pasa aquí al lado, nos abrazamos los dos y nos tiramos al tren juntos, para no tener miedo”.

              Yo guardé un momento de silencio y entonces él me dijo, -“¿no dices nada, tienes miedo a la muerte?” –“No Alejandro, no tengo miedo a la muerte, pero yo eso no lo puedo hacer. Porque no quiero traicionar a mis padres, que ya sufren demasiado. Si hiciera esa atrocidad, pensarían, que poco les quería su hijo, y que los abandonó. Voy a luchar todo lo que pueda, para rehabilitarme, a lo mejor podemos superar el problema y podremos trabajar”.

-“¿Qué quieres, hacer milagros?” –“No, ni siquiera creo en ellos, pero mientras vivan mis padres aguantaré lo que sea, y si no consigo defenderme en aquel tiempo, me iré con ellos a la tumba, pero ahora tengo que soportar lo que sea”.

              La buena convivencia y el cariño de la familia, son muy importantes, dan fuerzas y ánimos para aguantar casi todo. Sé que es muy difícil, pero hay que luchar hasta la muerte, no podemos ser tan cobardes como para dejarlo todo, y quedarse atontados, sin hacer nada.

              Alejandro nunca hizo caso ni del médico, solo quería desaparecer, pero tenía miedo de hacerlo solo.

Fue una gran pena, se murió muy joven y se perdió una familia que pudo formar con su novia y una hija que tenían de 5 años. Muchas veces le dije: -“deja de sufrir tanto y piensa en trabajar, da nombre a tu hija y reanuda la relación con tu novia, es una buena chica y ella te ayudará, te quiere mucho, eso me dice llorando como una niña. No la abandones porque está sufriendo demasiado”. Ni caso, decía que ya no estaba en condiciones para eso.

               La diferencia es notable, la novia de él lo quería muchísimo, me dijo muchas veces que lo quería y lo ayudaría siempre. En cambio, la novia que yo tenía en aquel tiempo, me dejó sin más. Ni ella, ni su familia vinieron a verme, cortaron radicalmente conmigo. Es increíble, antes del accidente, yo era para esa familia, el novio perfecto para su hija, me querían mucho. Lo mismo mis hermanos, que yo, éramos muy apreciados por ser buenos trabajadores y gente seria. El padre de la chica como otra gente más, eso me dijo varias veces, pero al perder las manos, todo se perdió… Si hubiera llegado a verme, pensaba decirle, aunque con mucha pena, que se olvidara de mí, y que buscara otro novio, ya que nada le podía ofrecer sin manos, ya no podía comer solo y mucho menos trabajar. En ese tiempo, era imposible pensar en poder salir de aquel tremendo problema.

              Pasaron muchos años sin vernos, una mañana estando cargando los comestibles del economato, en mi coche, mientras que mi esposa iba adentro por un viaje, llegó la chica y me saludó con mucha gracia. Solo fue un saludo, porque entonces llegó mi esposa y se fue. Me hubiera gustado hablar un momento con ella, parece ser que nunca se olvidó de mí, al poco tiempo se murió por un problema en la cabeza, y nunca pude saber lo que ocurrió, era muy buena chica y me quiso mucho y yo a ella. Así son las cosas de la vida y así las hay que aguantar. Más tarde de que ella me dejara, conocí a la que iba ser mi esposa, lo que fue una grandísima suerte, porque mi esposa fue una gran compañera, nos queríamos mucho y vivimos encantados de la vida , el uno con el otro, pero también murió, como ya comenté anteriormente, por una negligencia médica, solo con sesenta y tres años. Sin duda fue para mí la mayor pérdida y sufrimiento de mi vida, porque yo la quería tanto como a mi vida. Su imagen y su recuerdo están siempre conmigo. El tiempo pasa, pero la pena permanece y permanecerá toda mi vida.

              También debemos tener en cuenta que, después de mayores, los problemas que de jóvenes resolvíamos con facilidad, de mayores, se nos hacen demasiado duros, perdemos la paciencia, nos agobian demasiado. Hay que evitarlo porque es posible conseguirlo, si se sabe actuar, para que la calidad de vida siga bien y con alegría. Todo es cuestión de planteárselo. Parece imposible pero no lo es.

               Un cordial saludo.

               Arsenio Fernández.

     Muchas gracias a todos los que os acordasteis de mí, en este día en el que

cumplo 86 años. Aunque mi juventud ha sido desdichada y muy dura por las

circunstancias.

     Primero, por la guerra civil y la posguerra, en las que pasamos mucha hambre, mucho trabajo, mucho miedo y mucho frío (fueron duros inviernos, en los que ni siquiera teníamos ropa de abrigo) y después, por sufrir varios accidentes de trabajo.

     Entre ellos, tres muy graves. Uno, por una descarga eléctrica mientras trabajaba en una escombrera para Duro Felguera, cuando tenía 14 años y medio y que por estar en aquel tajo solo, poco faltó para que muriera electrocutado.

Cuando me libraron del cable que no me soltaba, y que debido a la fuerte tensióneléctrica, me azotaba con fuerza de un lado para otro, mi cuerpo ya estaba negro y

medio quemado, por la descarga de una derivación de alta tensión de 5.000 W.

     Cuando me llevaron al botiquín de la empresa, el médico me dijo: “Arsenio, hoy

volviste a nacer, tu cuerpo ya no podía aguantar más, en un momento habrías sufrido un

paro cardiaco, y como consecuencia de este, la muerte”.

     El segundo accidente sucedió cuando tenía 18 años Era picador de carbón, se

desprendió del techo de la mina un enorme peñón, que me dejó enterrado hora y media

y varios días en el hospital, sin saber si despertaría o no. Lo que nunca olvidaré, pues

podía oír hablar a mis compañeros, mientras picaban a martillo el duro peñón para

rescatar mi cuerpo. Alfredo, mi vecino, le decía a Marcelino, que picaba el peñón: “Pica

con cuidado, no vaya ser que lo piques a él”. Cortina, que fue el que me encontró

enterrado dijo: “ya no siente, lo he llamado muchas veces y no me oye, Arsenio está muerto”.

     El peso del peñón, que me cogió de medio lado, me rompió la clavícula. Amedida que pasaba el tiempo, su peso me aplastaba todo el cuerpo y no me permitíarespirar más que a tirones. No podía hablar, pero sí oír. Cuando dijeron que estaba muerto yo pensaba: “todavía no lo estoy, pero pronto moriré. Lo peor será para mis padres, cuánto van a sufrir…” Eso era lo que pasaba por mi cabeza, cuando vi que la muerte se me acercaba por asfixia y por la terrible presión del peso.

En un momento, todo terminaría para mí, pero no para mis padres. Una vez más, vemos lo importante que es el cariño de la familia. Yo estaba esperando morir de un momento a otro, porque ya no aguantaba más y, a la vez, sufriendo por ellos.

Nunca sabemos lo que podemos aguantar, somos mucho más fuertes de lo que pensamos.

     El tercer accidente fue, a los 20 años, detonando una carga de dinamita, en la

que perdí las dos manos. Un accidente al que, en teoría y según los técnicos, es casi imposible sobrevivir, ya que en el bolsillo de arriba de mi chaqueta, llevaba 7 detonadores que pudieron explotar “por simpatía”. Pero no fue así y aquí estoy, sano y salvo, aunque la lucha fue demasiado dura y durante mucho tiempo… pero al final vencí tanta adversidad y viví como corresponde a un hombre.

Después de todo lo ocurrido y de tantas peripecias, me encuentro bien de salud, espero seguir adelante como siempre y en compañía de mi familia y de todos vosotros.

Os deseo mucha suerte y que todos nos veamos libres de esta maldita pandemia

muy pronto. Muchas gracias a todos.

¡Un fuerte abrazo y hasta siempre amigos!

Arsernio Fernández

La pandemia del 2020, una catástrofe para la humanidad.

            Una vez más, vemos el buen comportamiento y la gran muestra de la solidaridad del pueblo español, con la actuación de todos, colaborando y cumpliendo con las normas impuestas por las autoridades sanitarias, para combatir el Covid-19, que  ha destruido y destruye un montón de vidas humanas y la economía de todo el país. Además  está el miedo, que aterroriza a mucha gente, y el cansancio de verse encerrado en casa. Todo eso resulta muy duro de soportar. Pero como dijo D. Quijote a Sancho: “amigo Sancho, no hay mal, ni bien, que siempre duren. Esta tempestad que nos agobia muy pronto pasará” ¡Ánimo amigos!

            Desde estas líneas que escribo, encerrado en casa, les recomiendo mucha serenidad, para combatir el miedo. El miedo es uno de los peores enemigos de la humanidad. Muchas veces deja fuera de combate, a mucha gente que, aturdida, sufre lo indecible y les destroza la vida por no saber soportarlo. En esos trágicos momentos tiene que imperar la valentía y la serenidad, para combatir este problema, que nos parece imposible, pero que no lo es. Si se pone voluntad y se lucha con agallas, sobre todo para eliminar ese maldito miedo, que nos atrofia y no nos deja ver el buen camino para seguir adelante. No olvidemos que todo pasa.

            La Experiencia de mi dura vida, me obligó  ya desde muy joven a luchar con ánimo y valentía, ya que con solo 20 años perdí las dos manos en un accidente, detonando una carga de dinamita.

            Sin experiencia por lo joven que era y sin cultura, por no poder estudiar en aquellos malos tiempos. Aturdido y desolado, sin saber cómo iba ser mi vida, y viendo lo mucho que sufrían mis padres y hermanos, ya que no podía ni comer y mucho menos trabajar, los horizontes eran muy oscuros. Es imposible explicar lo que sufrimos toda la familia y la gente que me conocía.

                                        “Pero con lucha y el tiempo se arreglan las cosas”

            Al ingresar en la Clínica de Madrid para ser rehabilitados, en la primera charla con el Director y gran cirujano de aquella Clínica, nos dio unos buenos consejos, que jamás olvidaré. Ingresamos en la clínica, aquella fría y lluviosa mañana, del 23 de febrero de 1.955. Nos acompañó Bernardo Roces, enviado especial por Elviro Martínez, Alcalde del Ayuntamiento de San Martín del Rey Aurelio, excelente hombre y atento, como lo fue siempre. Le mandó para ayudarnos en el viaje y presentarnos en la clínica. Cuando estábamos esperando el ascensor para subir a recepción e ingresar, bajó el director Don Francisco López de La Garma. No le conocíamos, pero él, que se dio cuenta de nuestro ingreso, con mucha gracia dijo:

– ¡Buenos días, señores! ¿Son ustedes los asturianos que ingresan?

– Sí, señor. Después de presentarnos nos dijo que iba con prisa a una reunión, pero que antes quería conversar un momento con nosotros. Nos invitó a sentarnos uno a cada lado suyo, en uno de los dos bancos que había. Comenzó la charla y allí mismo nos miró la amputación de las manos por la muñeca. Sacó su agenda y nos mostró varias fotos de otros que padecían el mismo traumatismo. Habló de distintas cosas, todas sobre la rehabilitación. Ni Bernardo Roces, ni Alejandro, dijeron ni una palara. Solo habló el Director, y yo que le hacía  preguntas sobre el tema, aparte de escucharlo con mucha atención, pues se trataba de cosa muy seria, nada menos que de mis manos. Cuando menos lo esperaba, el doctor me dijo:

            –Arsenio, te voy a hacer una pregunta, pero dime la verdad ¿qué es lo que sientes ahora mismo?

            –Doctor, la verdad, claro que sí. Me siento muy mal, aquí nos trajeron engañados, nos dijeron que nos iban a poner unas manos y eso que usted nos muestra son una especie de pinzas. La sorpresa es muy grande señor, hasta me produce sufrimiento. Pensé encontrarme con manos, no con ésto. El susto de ver aquellos aparatos que eran muy simples y con pocas posibilidades de poder manejarlos, me dejó como atontado. Fue demasiado fuerte, mi corazón latía a la velocidad del rayo. Se levantó y, como es normal, yo también. Me dio una palmada en mi hombro y dijo:

            –Muchas gracias, así se habla. Hay que ser sincero y tú lo eres. A ti no te pierdo de vista, veo que eres muy inteligente, un manitas y muy trabajador. Ya estoy bien informado, llegarás muy lejos. Te prometo que si no sucumbes al miedo, saldrás de aquí hecho un hombre y preparado hasta para trabajar.

            Como si fuera una profecía, lo que dijo el director, igual que la chica que conocí en el Adaro de Sama de Langreo, cuando me curaba de las heridas, María, se cumplió. Los dos coincidieron en valorarme y pensar que yo me iba recuperar. Aunque para el resto de la gente les resultaba algo imposible y para mí también. ¡Cómo iba pensar yo, que podría trabajar con aquello que acababa de conocer, imposible!

            Ante un caso tan grave como es verse sin manos, la necesidad y la inteligencia humana, algunas veces hacen casi milagros. Al conocer aquellos simples aparatos que no valían,  me di cuenta de que yo tenía que diseñar algo para poder defenderme, y lo conseguí. Mis diseños fueron la solución, para algo tan grave, como es el no tener manos. Increíble pero cierto. Mi lucha, mi mente, no cesaba ni de noche, ni de día, para buscar algo con que defenderme y poder trabajar. A parte de pensar en mis padres para animarles y evitar que sufrieran tanto, al verme liberado de tanta inutilidad.

            Todo ésto, nos muestra lo importante que es eliminar el miedo y luchar con todas nuestras fuerzas, para salir adelante. Lo que nunca olvidaré es el acierto de estas dos personas, el Dr. y la chica, que al anticiparse a pintarme cómo iba a ser mi vida, sin darse cuenta, me ayudaron, porque, aquellas palabras tan bonitas y decisivas fueron un estímulo para mí. Pensé que si lo decían sería por alguna razón. Algo verían en mi persona que les indicaba que iba a luchar tan duro como para salir de aquel grave problema y me defendería en la vida como uno más. Lo que me sorprendió y disgustó, fue el que no hablaran nada del otro chico, que padecía el mismo problema.  A Alejandro, aturdido y reventado de tanto sufrir, todo le pareció imposible. No creyó en nada. Ni los consejos del médico le valieron para nada, no pudo con tanto dolor y su moral siempre muy baja y, sin ganas de hacer nada. Por eso se fue a la tumba siendo tan joven, destrozado de tanto sufrir.

            Por ésta y otras muchas razones, pienso que es muy importante, ser sincero y escuchar a las personas, porque muchas veces nos ayudan a resolver nuestro problema. El ayudarnos unos a otros siempre será importantísimo, pero sobre todo en esos trágicos momentos, que el mismo dolor y el miedo, nos atrofia los sentidos y no te dejan ver la realidad del problema. A veces uno no sabe por dónde tirar, si al camino de la solución o  al de la perdición… Todo ésto depende de la capacidad de cada persona para luchar en esa oscuridad donde te ves metido y  sin saber cómo vas a salir de ella.

            –Aquí hay que trabajar mucho, dijo el Director, os queda un buen trecho por delante, pero creo que tú vas a salir adelante y lo conseguirás muy pronto. Para despedirse nos dijo: no olvidéis que aquí estáis como en las minas, a tarea, cuanto más trabajéis,  primero regresaréis a vuestras casas. Sabía que éramos mineros. Nunca olvidé todo aquello, y sobre todo, cuando dijo que allí había mucho vago, que ninguno se molestaba en hacer los ejercicios que se les mandaban. Todos sabemos que la rehabilitación y aprendizaje son muy duros y difíciles, pero no queda más que admitirlo y trabajar duro. Ya desde el primer día hay que trabajar sin descanso, si lo dejas para atrás, el tiempo pasa y ya no se recupera uno. Así ocurrió a los demás, cada vez les parecía más imposible y se perdieron toda la posibilidad de recuperación. Eso siempre fue lo mío, el trabajar y cumplir con las normas. Por eso no perdí detalle de todas las cosas y trabajé sin descanso.

            Aquel fue un mal momento. Me quedé doblemente sorprendido; por un lado, por mi gran decepción al conocer lo que iban a ser mis manos (a simple vista, bien se veía lo que no valían. Sólo  para poder comer y siendo muy difíciles de manejar) y luego, por aquellas afirmaciones y el aprecio del director hacia mí. Me hicieron pasar apuros, a la vez que pena, por Alejandro, que no soportó el tremendo trauma. Sólo pensaba en lo contrario, hasta que sucumbió. Se perdió una vida en plena juventud, sin que nadie lo pudiera evitar, porque ya desde el primer momento, le pareció imposible de superar.

            Desde luego que había una clara diferencia entre él y yo. Mientras que Alejandro, parecía más tranquilo, mi forma distinta de ser, no me permitía parar. Siempre fui muy inquieto, y en ese tiempo más. El director muy pronto se dio cuenta de cómo era yo, por mis preguntas o por lo que haya sido. Supongo que estos detalles, junto con su gran inteligencia, fueron suficientes como para que sus afirmaciones sobre el tema, se hicieran realidad. Era veterano y sabía el grado de pérdida de moral de sus pacientes. Creo sinceramente que fue un hombre superdotado, con una inteligencia asombrosa. Además de médico, era por naturaleza propia psicólogo, sabía lo que tenía delante.

            Un trabajador de marca, duro en la rehabilitación pero agradable y comprensivo después de terminar el trabajo. Fue un hombre muy importante y creo que su gran capacidad para enseñar influyó en mí para aceptar la rehabilitación con afición, además de mi gran voluntad para hacer las cosas. Sin duda este gran maestro fue importante para mi pronta rehabilitación, pero también fue importante y decisiva para el resto de mi vida, pues lo que bien se aprende, mal o nunca se olvida.

            Aquel gran maestro, me enseñó muchas cosas, pero creo que entre ellas la más importante fue el aprender a eliminar el miedo y a combatirlo con agallas. El miedo elimina hasta la propia inteligencia de las personas.

            En mi blog, hay varios artículos dándome las gracias, de personas que, después de conocer mi historia, a través de la televisión y los periódicos o por el blog, aprendieron a combatir el miedo y a dejar de sufrir y,  salir adelante con sus propios medios, precisamente por comprender que casi todo se puede conseguir, si se lucha contra las adversidades, con arte y decisión. Todos aprendemos unos de otros.

            Desde mi blog quiero dar las más expresivas gracias, a toda la gente, que de alguna manera, colabora para librarnos de esta pandemia. El Covid-19, que tanto daño nos hace:

            A los médicos y enfermeras. A todas las personas que luchan por nuestra salud. Permaneciendo en primera línea de combate, y exponiendo sus vidas, para salvar las nuestras. Eso sí que es lucha y  valentía. Merecen el máximo reconocimiento y respeto de toda la sociedad.

            A la Guardia civil, que con su valiente lucha, nos ayuda controlando todo, para que la gente cumpla con su deber, en la calle, en la carreta, en todas partes donde se necesita  su ayuda. ¿Qué sería de nosotros si no existiera este cuerpo? Fue fundado en 1.844, para velar por la seguridad de España. Merecen un gran homenaje y, el máximo respeto por su entrega y buen servicio a la humanidad. Lo que queda bien claro desde la fundación del cuerpo, que luchó por una causa tan justa como importante,  ya desde aquel tiempo tan lejano.

            A la Policía Nacional, que también colabora y lucha por el bienestar de la Nación,  se merecen un  homenaje y el máximo respeto.

Al ejército, que también vela por la seguridad de la Nación, en varios sectores. A los policías locales que colaboran con sus servicio y ayuda al pueblo. Al personal del servicio de ambulancias que cumple con su deber.

A las trabajadoras de los supermercados y comercios, grandes o pequeños, a los repartidores que llevan los suministros a los hogares.

A los bomberos, al personal de limpieza y a todos los que de alguna forma ayudan y colaboran.

A las familias que sufren la pérdida de sus seres queridos por la maldita pandemia. A las familias que perdieron sus puestos de trabajo y no disponen de medios económicos para dar de comer a sus hijos. Algo muy parecido a lo que nos ocurrió a los de mi generación en la posguerra. Hambre, mucho frío y miedo. No teníamos ropa para vestir y mucho menos, de abrigo. No había calefacción, ni comida.

            El problema de la pandemia sigue siendo demasiado serio como para olvidarse.

Hay un sector de gente que no hace caso de nada, ni de nadie, no respetan ni cumplen con las normas de seguridad, que todos debemos de cumplir, por interés propio y por el de los demás. Algunos van por el paseo en grupos y no dejan paso en las aceras. Tienes que salirte a la carretera para poder circular. Otros no esperan su turno para entrar en los establecimientos y pasan hasta sin mascarilla, es increíble que haya gente de esta clase y que no piense en lo que nos espera, porque cada día aparecen más brotes por cualquier lugar, lo que nos puede mandar, otra vez, al confinamiento en nuestras casas. A parte de las personas que se mueren. No se dan cuenta de que esta terrible enfermedad ataca a cualquiera y que el próximo puede ser uno de esos que se creen los más y los mejores. Si los problemas de la vida son difíciles muchas veces, cumpliendo, mucho más lo son para la gente que todo lo ignora y que no cumple con las normas establecidas.

            Las amas de casa de los pueblos del interior de Asturias, se desplazaban a los pueblos de la marina, a comprar comestibles para poder dar de comer a sus familias, pero ni eso fue posible. Al regresar a casa se encontraban con unos controles, que a la fuerza,  les quitaban los comestibles. Cuando un día estaban quitándoselo todo, mi madre que padecía del corazón se desmayó. Estaba en el suelo sin conocimiento y las compañeras de mi madre les dijeron “por favor, dejen lo de esa señora que está desmayada. En casa tiene a 13 hijos y el que tiene en la barriga 14, y no tiene qué darles de comer”. Se largaron dejando lo de mi madre, pero sin atenderla, la dejaron en el suelo sin saber si despertaría o no.

            Cuando despertó y le dijeron lo ocurrido, mi madre quiso repartir lo que le dejaron con sus compañeras, pero no lo admitieron. Le dijeron “bien poco es para dar de comer a tantos niños”. Mi madre nunca más volvió a buscar tan lejos la comida…

Muchas gracias a todos,  y un cordial saludo.

Arsenio Fernández.

Hay por el mundo mucha gente solidaria

               A pesar de los tiempos que corren, sigue habiendo gente buena y cumplidora, que colabora y ayuda desinteresadamente ¡y es tan importante colaborar con nuestros semejantes! Nunca se sabe cuándo vamos a necesitar los unos, de los otros. La vida es muy compleja y todos, en alguna ocasión, nos hemos visto en apuros, necesitando ayuda de otra persona.

               Un ejemplo de esto, fue el día 12 de marzo pasado.  Tuve una revisión de la vista en “los Vega” en Oviedo, donde me la revisaron y graduaron con una precisión digna de recordar. Son profesionales que luchan por el bienestar de sus pacientes, lo que considero muy importante. Con frecuencia voy a esas revisiones y siempre me atienden muy bien. Todo está muy organizado y son muy amables.

               A continuación y nada más salir de la consulta, en la Óptica Principal, al lado mismo de la clínica, encargué unas gafas, de acuerdo con la graduación que me había dado el oftalmólogo. Les comenté que eran de una necesidad importante, ya que llevaba mucho tiempo esperando por la vez, para revisar la vista.

               Si la chica que nos atendió a mi hija Mónica y a mí, fue muy atenta y profesional, no menos lo fue el Sr. que, una semana después, cuando llamé para saber de las gafas, me atendió. Su actuación es digna de comentar: Dijo que no habían llegado las gafas todavía y que suponía que llegarían al otro día.  Yo, por mi parte, le respondí que tenía mucha necesidad de ellas, pues aparte de dedicarme a escribir, teníamos el añadido de estar sufriendo el confinamiento, encerrados en casa, debido a esta preocupante y peligrosa pandemia. Le pedí que, por favor, me facilitara la cuenta del banco, para pagar las gafas, realizando una transferencia online y que posteriormente me las enviara a mi domicilio, en vista de no saber cuándo podríamos ir a buscarlas.

               Cuando mi hija Mónica lo llamó para pedirle el correo electrónico, para que le llegara la confirmación de la citada transferencia, el Sr. le dijo: “ya se las he enviado a su padre, las recibirá mañana. Hablé con él y enseguida entendí lo mucho que las necesitaba. Vi que no habría problema por enviárselas de inmediato, evitándole así  alargar la espera.”

               ¡Es la solidaridad de las personas, la que nos hace seguir adelante y evolucionar! Este gran profesional, sin conocernos, confió en nosotros. Quizás por ver mi blog (yo le había hablado de él) quizás por nuestra conversación telefónica. Puede que sepa que, generalmente, los de las generaciones antiguas, somos gente firme y seria, que jamás fallamos a nuestros principios. Mientras que haya mundo, siempre habrá gente buena y honesta que, con su palabra, cumple lo pactado, como se hizo siempre.

¡Un cordial saludo y muchas gracias!

Arsenio Fernández.

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En respuesta a

                              T.j.c

1 aprobado

tamarajabasini@gmail.com

195.135.248.23

HOLA SEÑOR ARSENIO, TUVIMOS LA SUERTE DE CONOCERLE EL OTRO DÍA MIENTRAS PASEÁBAMOS Y HACÍAMOS UNAS FOTOS A LA PLAYA Y GRACIAS A ESO HEMOS CONOCIDO LA HISTORIA DE UN GRAN HOMBRE, LUCHADOR Y ADEMÁS DE TODO ESO UN GENIO, OJALÁ LOS ECOS DE SUS HAZAÑAS Y MEMORIAS RESUENEN EN CADA PERSONA QUE CONOCE SU HISTORIA, UN ABRAZO.